Después de quebrarse, el proceso de reconstrucción no puede ser huir, debe ser enfrentar y seguir. Y para ello, hay lecciones diversas a lo largo de la historia.

Redescubrir la humanidad es un camino de aprendizaje respecto a lo que somos, lo que nos compone, nuestra historia y a enfrentar los errores y horrores del pasado y del presente.

Y el mayor aprendizaje es el entregado por los Palestinos. La resistencia histórica que nos enseña a cuestionar, a luchar, a proteger, pero también a sufrir.

Nos han obligado a ser espectadores de uno de los genocidios mas documentados de la historia por sus propias víctimas y las voces de esos han sido silenciados porque incomoda mucho la verdad, incomoda sobretodo que las víctimas no están esperando tranquilas su exterminio, sino que resisten.

Resisten en la religión, en la alegría, en la solidaridad, en seguir soñando pese a que todo a su alrededor se derrumba, resisten en la lucha armada.

Y ante esa resistencia, no puede uno quedarse en silencio y la primera resistencia es la ideológica, pretender al menos tener algo de coherencia.

Pero para entender la resistencia, de dónde sale ese impulso irresistible de humanidad, ese destello de fuerza en la adversidad imposible, ese honor, dignidad y entrega, hay que conocer en algo la ideología que lo compone.

Porque los Palestinos tienen cerca de un 98% de literacidad, la mayoría de su población lee y sostiene una ideología común, compartida, que sostienen aún ante la adversidad.

El THAWABIT son las líneas rojas, los principios básicos de la lucha, que son: rechazar el colonialismo en todas sus formas, denunciar la normalización en todas sus formas, apoyar a la resistencia contra el sionismo por todas las vías posibles, liberar palestina de los colonos y soldados, desde el río hasta el mar, con Al-Quds como su capital; derecho del retorno asegurado para los desplazados y preservar la autodeterminación y autopreservación palestina. El SUMUD la existencia como resistencia, una especie de práctica de optimismo revolucionario, en donde la práctica cotidiana de existir, de mantener vivas las costumbres, los relatos, se convierte en una práctica revolucionaria ante el embate del enemigo colonial. Es la prueba de la determinación, fortaleza y compromiso del pueblo palestino. Es la tarea cotidiana, la expresión del compromiso liberatorio, el hacer continuo, que por ejemplo se ve reflejado en las mujeres palestinas.

Y una de las cosas que es quizás mas difícil de digerir para los occidentales, es lo vinculada que se encuentra la lucha palestina con la religión.

No es posible separar la resistencia de la visión especialmente islámica.

Y por ello también hay que estudiar la historia de la región y la religión predominante, junto con el rol político que juega.

Y este proceso de aprendizaje lleva necesariamente a un proceso de deconstrucción y construcción, en donde resulta necesario limpiarse de los estigmas, sacar el lente occidental, despejar las ideas preconcebidas de esta parte del mundo, aprender de la propaganda, aprender del dolor.

La cantidad de ideas preconcebidas e incuestionadas que presentamos en torno a oriente son bien increíbles. El orientalismo se encuentra presente en todos nosotros y nos dificulta mucho ver a otros, a quienes geográficamente se encuentran en dicha región del mundo, como iguales que pueden también autodeterminarse.

Y resulta muy difícil entender las luchas si no entendemos el fondo histórico y espiritual religioso.

Quizás lo mas complejo para quienes vivimos en occidente y somos seculares, laicos, es pensar en la religión como una herramienta de liberación, pues para nosotros, solo ha significado opresión y silencio.

Fue la religión católica la que exterminó las culturas indígenas en América Latina con la llegada de los españoles, fueron las cruces y sotanas las que sometieron a los pueblos al poder europeo real, las que silenciaron a los pueblos indígenas, las que durante la colonia mantuvieron el orden y opacaron las voces locales y disidentes.

La teología de la liberación prominente en los 70 no es más que una doctrina extinta, pero que a la luz de este mundo, parece cobrar más sentido, parece cargar de mejor forma con el mensaje y la palabra revolucionaria de Jesús, el profeta.

Pero lo que no es posible negar, es la fuerza del movimiento islámico, su diversidad y la necesidad que existe de que lo reconozcamos como un igual, como personas que aún con doctrinas distintas, tienen el derecho y la capacidad de autodeterminarse, de decidir su destino, de modificarlo. No dependen de nosotros.

Cuesta al principio hacerse la idea de una política basada en conceptos y principios religiosos, cuesta hacerse la idea de Irán como democracia, de resistencia, cultura y política tan estrechamente vinculadas a la fe.

Pero una vez uno reconoce aquello como una vía de organización, de resistencia, de construcción moral y social que es válida, es donde empieza realmente el aprendizaje.

Se nos ha reiterado, de forma expresa y otras veces en forma de propaganda, que hay grupos humanos que no pueden decidir por ellos mismos, que las decisiones que toman no son las adecuadas porque se basan en visiones del mundo "retrógradas", porque se alejan de nuestros principios de libertad.

Parece ser cierto que la única forma de que las opiniones, visiones de mundo, relatos del otro, sean consideradas por uno, es cuando consideramos al otro como humano, teniendo la misma calidad.

Y parece que nosotros, latinoamerica, hemos hecho un gran esfuerzo por pertenecer, por evitar que se nos desplace y no podamos ser los artífices de nuestra propia historia, a que nuestros relatos importen.

Y somos quizás el retrato vivo del éxito de la colonización, del proyecto colonial, porque lograron que seamos ajenos a esas luchas ancestrales porque no tenemos vínculo, ni con esta tierra, ni con otra.

Aprender de la lucha palestina, de sus principios, es tener que asumir y entender que las luchas pueden tomar distintas caras, distintas formas, ser respondidas con distinta fuerza, la resistencia también. Y que dentro de esas formas está la resistencia y la lucha basada en principios morales derivados de la religión, en especial, del Islam.

Y ello para mí resulta en contradecir todos los principios previos, en cuestionarlos, pues están basados en la limpieza del secularismo, de lo ateo, de lo humano alejado de Dios.

Porque aún resulta efectivo a mi criterio que no es necesaria la amenaza divina para evitar hacer el mal o para hacer el bien, que nuestro compás moral se compone de mas que solo el temor divino y las responsabilidades.

Pero ver la resistencia cultural, espiritual, religiosa con el fin de proteger la identidad que también está compuesto de todo eso, que inunda también el tejido social y político, obliga a re pensar si nuestra visión y nuestras vías son las correctas.

El colonialismo no reconoce a un otro como humano.

Nos tocó nacer en las sombras de lo que se proyectaba como un gigantesco imperio y vivimos para ver su decadencia y fin. En esas sombras nos debimos dar cuenta que sin importar cuánto intentásemos asimilarnos, siempre seríamos distintos, nunca iguales, el colono no reconoce al otro como humano, lo ve como algo menos. Y aún cuando se aprende de las interseccionalidades, de todo aquello que también compone a la persona (sexo, orientación, raza, clase) parece que existe una negación inconsciente (o consciente en algunos casos) de reconocer que las vivencias, culturas, creencias, del otro influyen en si visión del mundo, influyen en su relato y que por lo tanto, este puede ser muy distinto del nuestro.

En el momento en que das cuenta que eres parte de un mecanismo colonial ejecutado por una serie de imperios actualmente en decadencia, quizás entiendes mejor que el no sentirse parte de es parte del objetivo.

Que el mestizaje y "blanqueamiento" tuvieron motivo, causa y consecuencias, uno, como producto colonial.

Y ver desplegado todo el aparto represor de los organismos coloniales, del imperio mismo en sus últimos intentos de sobrevivir y desplegando toda su violencia, aún así, no pueden quebrar los espíritus de quienes luchan y defienden lo que les pertenece por derecho, por herencia, por que les corresponde.

El quiebre también es el comprender el rol que tiene uno y que las apreciaciones, opiniones, visiones que tenemos respecto al otro, no son más que relatos propios, en donde en general, la voz de quienes son oprimidos, silenciados, extinguidos, suele quedar sepultada o reducida a un relato menor, sin relevancia, alejado de la verdad.

El relato propio está inevitablemente contaminado con el relato occidental, ese relato hecho a medida por los poderes de turno y apropiado y expuesto como hechos irrefutables, como verdades duraderas.

Pero es escuchar el relato de los protagonistas vencidos, sometidos, acabados, escuchar ese eco de la historia, es darle sentido y comprensión al gran esfuerzo aplicado en silenciarlos y oprimirlos, porque es ir en contra de la verdad.

Y recién una vez podemos identificarnos con ese relato del otro, con ese relato ya sin el lente occidental, sin el prejuicio del relato construido, sin lo que nos dijeron que era, podemos entablar vínculos realmente solidarios de entendimiento, de comprendernos

Porque es recién ahí cuando dejamos de ser colonos y vemos al otro como un igual, como un humano que puede decidir, inferir en su propio destino sin necesidad de una guía salvadora de la razón o la verdad.

Solo cuando entendemos que el relato y sueños del otro valen tanto como el propio y que el propio está también construido de una serie de prejuicios, propaganda e historias que no buscan entregar verdad, sino que influir en cómo vemos al otro.

La propaganda en ese sentido cumple un rol fundamental, porque está en todos lados, en el uso del lenguaje, en lo que nos debe importar de las noticias, está impregnada en el relato de la cotidianidad, tanto que resulta obsceno.

Pero una vez que el velo del relato forjado en propaganda, ese lente que invade toda la visión del mundo se cuestiona y podemos apreciar con otros ojos la realidad y cómo aparece la verdad, es cuando el quiebre genera el aprendizaje.

Porque si no, cómo sobrevivir cuando el relato propio, coherente con los principios occidentales predominantes que parecen ser justos y adecuados, se desmorona cuando otros como tú están sometidos a las condiciones mas inhumanas e impensadas, permitidas en silencio y complicidad de quienes se suponen precisamente deben defender y evitar que estas condiciones lleguen siquiera a existir.

Quizás es la inocencia de creer que efectivamente, se comparte un compás moral con quienes te rodean.

Pero no puede ser perder de vista que la humanidad es mas que el horror, pero que la moral y lo moral, son mas relevantes, menos obscuro y mas complejo de lo que se nos dijo.

Cuando el relato del otro en base a su experiencia e historia se valida y podemos empatizar, entender y apoyar sus luchas y contradicciones, es cuando nos igualamos como humanos.

Y para llegar a entendernos de esa forma, necesitamos también examinar nuestras posiciones morales.

Porque viviendo en las sombras del imperio, nos es inherente su proyección moral en donde los males se hacen equivalentes, sin importar ni quién los perpetra ni cómo.

Se nos hace ignorar el contexto, los poderes involucrados, la historia y se comparan moralmente todos los males como tales, con la misma calidad y valor del mal, sin excepciones, sin contradicciones.

Pero vemos, con nuestros propios ojos, percibimos con nuestros sentidos, que cuando el mal lo ejerce el poder, un brazo imperial, no es un mal tan malo, es bueno, nos protege, es por nuestro bien.

Pero cuando el mal es ejercido por quienes están resistiendo a la imposición de un poder sobre su población, están defendiendo su identidad, a los suyos y lo suyo, el prisma del juicio se aplica y buscamos juzgar, calificamos, es esencialmente negativo.

Y vemos que vivimos en una constante de falsas equivalencias morales, en donde, desde la propaganda, se nos busca influir en creer, juzgar y apreciar hechos con el mismo valor moral, de la misma forma, aún cuando tengan orígenes distintos.

Así, el ataque terrorista ucraniano en suelo ruso en donde desplegaron drones desde camiones es la operación militar del siglo; pero el ingreso y secuestro de colonos desde una entidad colonial fuertemente armada es un acto terrorista que amerita genocidio.

O ambos actos tienen el mismo valor moral, o no. Pero no podemos seguir pretendiendo en forma hipócrita que aplicamos un juicio moral justo, válido y sin sesgos cuando igualamos moralmente dos hechos que no deben ser pesados de la misma forma.

Y ahí es donde el lenguaje entra a jugar su rol fundamental, porque el relato se vuelve vital para acostumbrar a la población, al horror, y a no poder juzgarlo aún cuando lo tengan frente.

El relato es la fuente de poder del sistema imperial en donde define la verdad, define las vidas que valen, los actos heroicos, el terror, define la calidad de humano que tendrás y el valor que se asigna a ello.

Y el aprendizaje es poder ver al otro, sin importar su calidad, como humano y entenderlo como tal. Pero ello no implica, bajo ninguna circunstancia, aceptar que ese humano desee, busque y ejecute acciones tendientes a oprimir, suprimir, eliminar, extinguir a otro.

La paradoja de la tolerancia se vuelve vital para entender que el discurso, los relatos, el uso de las palabras, tiene un límite.

Y hoy ese límite está dibujado por el fascismo. Irónico que el fascismo dibuje el límite, pero a decir verdad es esperable.

Al ser esperable, porque el fascismo lo que busca es apropiarse de los discursos y establecer cuáles son los adecuados, qué es lo bueno y lo malo; podemos frenarlo, apelarlo, volver a fijar los límites.

La tolerancia es intolerante con el fascismo. No hay espacio para los discursos de odio, se les combate, ya sea con la palabra o con la fuerza de la acción.

Aprender es escuchar al otro, sus discursos, sus historias, sus relatos, recuerdos, vivencias y entender que son distintas, que hay siempre cosas que nos unen, pero que es en esa diferencia en donde podemos nosotros nutrirnos.

Es conocer otras perspectivas del mundo que pueden ser opuestas pero complementarias, que permiten ver y apreciar que existen otras vías.

Pero para aprender hay que estar dispuesto a enfrentarse al engaño. A la mentira de la igualdad, a la falsedad del discurso de los límites.

Para aprender hay que abrirse intelectualmente a lo desconocido, a lo feo, a reflexionar sobre lo propio, lo ajeno y lo verdadero.

Es entender que la verdad es evidente, no está oculta, solo que está contada de forma distinta, de forma poco cierta, de forma engañosa.

Obligarse a aprender es redescubrir el mundo con menos prejuicios y encontrar que quizás es cierto que el relato de la equivalencia moral arruinó el compás moral de muchos y que los monstruos pueden estar más cerca de lo que uno cree, incluso, en uno mismo y enfrentarlo, no huir.

Romper los prejuicios y entender que cuando el otro es un humano, un igual, con sueños, vías, desafíos, con un contexto propio y distinto y otras opiniones, no los hace menos válidos, siempre y cuando no sean fascistas. Y el fascismo se desmantela con crítica, información y un sueño conjunto que no implique la extinción de otro, porque no debemos construir nuestros futuros sobre los cuerpos de otros.

Es no volver a dejarse engañar y buscar la verdad tras los discursos, hacer un análisis, una crítica, ver cómo buscan formar opinión.

Ser consciente de ello y verlo en tiempo real es revelador. Son discursos que se reiteran en el tiempo, o textuales o riman, pero vuelven y aún cuando todos los signos se encuentren a la vista, los obviamos, como si fuese un destino inevitable, porque sabemos lo que. va a pasar y no como un aviso.

No habrá futuro ni libertad si no cambiamos pronto de sistemas políticos y sociales. Podemos revisar el pasado colectivo de miles de años de historia y encontrar vías que nos ayuden a solucionar problemas actuales.

Podemos aplicar el conocimiento en formas que nos ayuden tanto a entender nuestro pasado y nuestro futuro, interviniendo directamente en el presente con el fin de evitar la reiteración.

Podemos influir en lo que viene.

También somos dueños de nuestro destino, como individuos y como naciones, pero debemos entender como el poder interviene y busca sus propios beneficios y nos deja con la ilusión de que podremos acceder a más, a tener más, a seguir siendo como individuos y calificando los modelos de vida colectivos ignorando que el bienestar está efectivamente al alcance de todos, si actuamos para ello.

Internalizamos que el mundo en el que crecimos ya no existe, que el cambio es inevitable y que podemos, en un esfuerzo colectivo, cambiar el paso al abismo y evitar acabar con todo lo que se ha construido. El cambio y la muerte son inevitables, podemos ejercer el poder de cambio o este será ejercido de todas formas sobre nosotros.

Aprender es muchas cosas. Pero es principalmente vislumbrar con otro prisma el mundo que nos rodea, la existencia propia y de otros, comprender el valor de lo colectivo.

Y ver la historia como ciclos de aprendizaje, de cambios, de impactos y que podemos cambiar nuestra historia colectiva.

Pese a la monstruosidad, hay esperanza en que el cambio pueda proporcionarnos un futuro distinto y cada acción vale en mover los engranajes de la historia.