Al final, se trata del relato, de la narrativa, de la forma en que se cuentan las historias: del pasado, las actuales, las nuestras y como proyectamos el futuro. Y es quizás lo más difícil de la realidad, que cada uno se cuenta cuentos de forma distinta. Y porque tenemos privilegios distintos y hay cosas tan cotidianas que no parecen privilegios pero lo son, como el agua caliente. Pero el contexto en el cual nos encontramos inmersos es relevante, nuestras historias se explican también por y desde la historia de los demás. Nuestros relatos se vinculan con el mundo. Y el qué hacer puede tener más una relación con construir relatos comunes que nos permitan salir de este pesimismo real y generar los cambios necesarios en nosotros y en otros para pensar al menos un mundo distinto y mejor. Eso implica posicionarse y desde ahí ver y verificar los privilegios de los que gozamos, sin conciencia en muchos aspectos, en relación a otros y usarlos en pro del bien común. Sorprende que es cierto que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin o cambio en los sistemas que conocemos. Pero vivir en las sombras del imperio nos enseña que no es posible cambiar dentro de los parámetros del sistema actual. Que puede haber una transición mientras la economía sigue existiendo, pero que el sacrificio es necesario, estar dispuestos a perder privilegios, a vivir más incómodos por un tiempo, con el fin de que todos vivan mejor. Pero la planificación de objetivo final tiene que ser el bien común, cumplir con la función de la sociedad que es la protección de sus miembros mediante la organización de recursos tecnológicos, industriales y humanos en pro del bienestar general de quienes componen dichos grupos. Nuestro rol es evitar la ocurrencia del futuro venidero si no tomamos acción. Nos necesitamos en todos los frentes, entre ellos, en el rol de consumidores. Las clases dominantes, los dueños de empresas, los oligarcas, los ricos, no viven sin el resto de nosotros. Nos necesitan más de lo que los necesitamos a ellos y la historia lo sigue probando una y otra vez. La innovación cuando depende de la economía, en algún punto se frena con el fin de no acabar con una industria, no aumentar el gasto social y no subir impuestos a los mas ricos. Nuestras vidas, los futuros, las grandes decisiones no pueden depender solo de quienes tienen mas poder económico, no pueden depender de quienes depredan con el fin de acumular más de lo que jamás podrán usar. Tiene que existir una coherencia ideológica entre lo que pensamos y hacemos, entre nuestra moral y la protección del futuro que nosotros no vamos a tener pero otros sí. No tenemos otra que lidiar con lo que tenemos. Pero no implica resignarnos, implica entender que el relato común deben nacer con la perspectiva de construir un futuro mejor de lo que tenemos, dejar más de lo que nos dejaron a nosotros y eso implica sacrificios. Implica también comprender que no podemos ejercer cambios significativos dentro de un sistema nacido para depredar y que eso significa cambiar ideologicamente y desde la acción, implica esperar que la incertidumbre nos devenga en algo mejor, es creer que un mejor mañana es posible y actuar para ello. Redecorar la jaula no es cambiar de jaula y quizás es cierto que nuestra libertad es limitada, que no somos mas que aves enjauladas que van buscando expandir los límites de su encierro. Pero si constituimos sociedades con el fin de colaborar y proteger a aquellos más débiles, que nuestras jaulas estén decoradas con los cuerpos y historias de aquellos que no sobrevivieron al sistema creado por los mismos que establecen los límites de lo aceptable, es difícil creer que se pueden implementar cambios sustantivos. No vamos a salvarnos si no somos capaces de sacrificar la individualidad por el futuro colectivo, si no podemos estar incómodos con la realidad y movernos de forma tal de implementar cambios en nuestros modelos sociales, económicos y políticos. Por eso el silencio no es opción. Porque no podemos ignorar la realidad de que el futuro, ya quizás no el nuestro, pero sí de los más jóvenes, depende de nosotros y de cómo vamos a construir, moral, ideológicamente y materialmente un mañana viable. Porque cargamos con el ecocidio, nuestra comodidad a costa de un otro. Y hay que partir por algún lado, y una transición adaptada a nuestra realidad social, material y colonial, es viable, es posible, sigue siendo el sueño de lo que pudo ser. Lo más difícil en concreto fue aceptar la no pertenencia, la pertenencia colonial y el quiebre de la civilización conocida, de esa idea que el barbarismo fue dejado atrás, en un mundo en donde los bárbaros hicieron las reglas del barbarismo. Para quien ha creído en los derechos fundamentales, el choque con la realidad respecto de quiénes son sujetos de derechos y quienes no, es un quiebre absoluto en el sistema en su totalidad. Si no es posible, con todos los instrumentos e instituciones, evitar el exterminio de un grupo humano, abierto, vocal, expreso, de qué sirve toda esa institucionalidad?. Hay que volver a pensar, repensar los modelos, volver a mirar, sin ojos coloniales, sin la superioridad bárbara de los colonos, formas de organización milenarias que hoy son más que viables y que nos permitan el desarrollo sin depredación, sostener la vida. El silencio respecto al colapso climático es grotesco, porque no es por causar pánico, pero se está agotando el tiempo mientras los sistemas que mantienen la vida en este planeta caen y nos aceleramos a un evento catastrófico de proporciones inimaginadas. Parece que no hay salida ni soluciones, pero las hay, la única forma es cambiar los sistemas y nuestra relación con el resto de la vida, es volver a aprender a convivir, a no ceder la libertad de existir al desarrollo constante y superfluo del consumo incesante. Al final, todo está vinculado y verlo es revelador. Es revelador respecto a la historia, a los relatos, a las flaquezas, al sistema depredador. Es revelador porque quiebra la ilusión de la civilización, de lo civilizado, de lo civilizatorio. Rompe con la imagen del mundo en el que vivíamos, se desmorona el relato de la realidad normalizadora. Ya no hay relato ficticio que aguante el peso de la realidad, la narrativa predominante no puede sostener sus propias contradicciones y tenemos que ver más allá. Si podemos soñar en forma individual, qué impide que soñemos en construir un futuro colectivo mejor para todos, aún cuando ello implique perder, sacrificar, ceder, certezas, comodidades, privilegios, por un mejor porvenir para todos? El qué hacer me sigue atormentando. Pero ya con la visión clara, podemos pensar y darnos coherencia ideológica, asentarnos moralmente y preguntarnos, cuán dispuestos estamos a construir el futuro sobre los cuerpos calcinados de infantes, cuán dispuestos estamos a guardar silencio ante los gritos desgarradores de dolor y horror, cuán dispuestos estamos a que siga pasando con tal de mantener nuestra comodidad y cuán dispuestos estamos a que pase aquí con el fin de proteger nuestra seguridad. Lo concreto, es que hay todo por hacer y hay que partir por algo. Y colaborar con romper la imagen civilizatoria, con quebrar ese discurso occidental soberano respecto a otros, sacar el lente de superioridad moral y cultural, con no perder la brújula moral aunque ello implique sacrificios, perder, es algo. Y transmitir que la realidad es pesimista, que está lejos de ser lo que nos prometieron de futuro, un futuro que no vamos a tener en un mundo que ya no es el mismo que en el que crecimos, es darse el golpe, que se derrumbe el relato, que caiga la historia, es no ceder ante el poder dominante, es el primer paso para construir. Porque no podemos construir sobre ilusiones, no podemos construir en las sombras y sobras de un imperio sin ver su decadencia, porque necesitamos campo fértil para sembrar nuevas ideas y construir un futuro que permita la existencia de la vida, en el único lugar de momento en el que existe como la conocemos. Necesitamos construir un relato común, pero para eso, hay que entender la irrealidad de la narrativa contemporánea. Y en concreto, entender y asumir que gran parte de nuestra realidad, de los relatos que la componen, de sus historias, de esas narraciones con las cuales damos forma y coherencia a nuestra existencia, a las sociedades, a los otros y a nosotros mismos, se basan en ficción, no en realidad. Verdades a medias, verdades falsas. Una ficción de realidad, de lo que nos decimos que es y no de lo que es. Una proyección del deber ser contado como hecho, cuando no es más que una ilusión.