Aún con todo, nada parece cambiar. La rutina sigue llevando el tiempo adelante, la dualidad de todo ha cambiado y al mismo tiempo, todo sigue igual. Cómo puede haber cambiado todo, y al mismo tiempo, el devenir seguir siendo el mismo? Y la respuesta es que quizás no es uno tan importante, y que aún cuando para mi todo ha cambiado, el mundo es un escenario absolutamente distinto y yo, en parte también, lo cotidiano, la vida, sigue, sin importar cómo uno se siente en el proceso. Y como todo sigue, parece difícil pensar en comenzar de nuevo, en reiniciar, en partir. Pero es parte del proceso, supongo. Cómo, luego de que los hechos que conforman la realidad son fragmentados en pequeños reflejos llenos de fantasmas y fantasías, seguimos adelante?. Reconstruyendo nuestra historia, posicionándonos, explorando, entendiendo, compartiendo, cambiando. El cambio trae inevitable incertidumbre, pero en el fondo, la certeza es mas bien costumbre que realidad, la verdad es que la existencia es incierta, no está asegurada, el cambio es parte esencial de vivir. La muerte es el cambio máximo. Y el proceso de verbalizar y exteriorizar estos cambios internos, estas percepciones, movimientos, visiones y nueva comprensión del mundo es parte de enfrentar esa incertidumbre. Reconstruir. Es tan significativo el re armar, el volver a hacer, es tan perpetuo, la tarea generacional de levantar, sustentar, que desde las cenizas erguir nuevamente lo humano. Cómo comenzamos denuevo?. Entendiendo que no lo sabemos todo, que no tenemos todas las respuestas, que parece imposible hacer cambios, que sentimos el peso de la insignificancia, pero que aún así, resistimos. Y es una resistencia variada, desde el saber, desde el actuar, desde la fuerza material y de las ideas. Pero es también perder comodidad, es perder personas, es ocupar espacios incómodos, es no guardar silencio. Hay una gama de acciones posibles de ejecutar y ejercer, hay distintos grados de sacrificio, hay espacio para la transformación, pero no puede haber espacio para la complicidad, el silencio y el miedo. El valor nace de esos lugares incómodos, de hablar cuando el silencio aprieta, de mirar cuando otros dan vuelta la mirada. Hay que volver a mirar el valor del heroísmo, de la valentía, del amor, de la lucha, asignarles el valor correspondiente y no dejarlo como historias del pasado, cuando hoy también existen, con otros nombres, otras ideologías, pero con la misma nobleza que esas historias de antaño. Y es no normalizar el horror. No normalizar situaciones o hechos que en el fondo sabemos están mal, que no pueden ser considerados normales. Es no resignarse al mal. Normalizar es hacer algo cotidiano de algo extraordinario. Es decir que la pobreza es un subproducto normal de la producción, que el daño medioambiental es secundario al consumo, que el extermino está permitido cuando el otro es un enemigo ficticio, es aterrorizarse con la resistencia armada pero no con los actos atroces en nombre de la civilización. Normalizamos tantas cosas como consecuencias esperables, inevitables y quizás hasta deseables de los diseños del sistema. Solo hay que esforzarse más. Todo lo normalizado puede volver a ser indeseable, podemos volver a establecer pisos morales, podemos ser juiciosos y respetuosos ante las diferencias pero firmes y violentos en contra de quienes desean extinguir a otros y han roto el contrato social. Resistir a la normalización también es dejar atrás a quienes no están dispuestos a incomodar ni a estar incómodos. No se están pidiendo sacrificios máximos, no se está pidiendo una entrega total. Se está pidiendo ser vocal, tener voz, comprender que una vez permites que esto ocurra en un grupo humano, estás permitiendo que le ocurra a cualquiera. Habitar la incomodidad, enfrentar esta realidad radical, este relato homogéneo y falseado en donde todo va a estar mágicamente bien. El rumbo de la historia se cambia mediante acciones, no esperando a ver qué pasa. Y las acciones también es compartir experiencia, es reunirnos a intercambiar ideas de futuro, es levantarnos los unos a los otros a entendernos y entender mejor el mundo que nos rodea, ese mundo distinto, diverso, que está lejos de ser homogéneo. Esa pelea que hay que dar contra la normalización es también una lucha en contra de esta noción de que todo debe ser igual, todo homogéneo, higiénico, sanitizado. Alejarse de lo normalizado es develar también la autenticidad propia, es dar un paso atrás de lo establecido y verlo, aplicarlo o desecharlo. Es no aceptar la opinión mayoritaria, aunque cueste; es no seguir la corriente, aunque ello traiga consecuencias; es permitirse saborear la libertad de pensar, sentir y empatizar sin restricciones. Para recomenzar, tenemos que ganarnos un poco de esa libertad intelectual, de esa libertad que nos permite vernos en el otro, empatizando, sintiendo, es la libertad de ser humanos, algo de lo cual nos han desprovisto. Y nos ganamos esa libertad educándonos, comprendiendo mejor el mundo que nos rodea, las visiones sobre este y sobre nosotros mismos. Somos esa libertad cuando perdemos el miedo a la palabra, cuando nos guiamos con el ejemplo, cuando somos consecuentes, cuando tenemos conciencia moral. Es difícil ser libre cuando esta es más la capacidad de adquirir bienes materiales tangibles que poder pensar, discutir, conversar sin miedos, sin prejuicios. La libertad parece ser mas un bien de consumo, algo mas que se puede adquirir y no algo que se debe cultivar junto al intelecto. Y cada día parece que comenzamos nuevamente. Desde hace 2 años, que hay días en que siento el quiebre, tan profundo, que entiendo que deberé repensar, reconsiderar, recomenzar. El dolor de lo ajeno, la rabia del silencio y la normalización, de la personalización del horror, de la falta de responsabilidad en lo colectivo, de la complicidad pasiva, es un nuevo quiebre y un nuevo comienzo. Es tener que volver a mirar esas piezas diseminadas, es sentir la injusticia, el dolor de lo humano y entender que hay que seguir adelante. Pero que no es seguir como siempre, es hacer como nunca. Es repensar el futuro mirando a realidad cruda a los ojos y negando el destino que nos depara si seguimos silentes. Es seguir atrapados en lo cotidiano buscando transformar esas pequeñas acciones, conexiones, contactos, en algo significativo, en un impacto que cambie percepciones. Hay que seguir creando aunque la luz se extinga, hay que comenzar nuevamente aunque parezca fútil, hay que resistir aunque signifique sacrificios, porque nada será sencillo, porque la única forma de cambiar el futuro que nos depara es actuando sobre los sistemas que nos reducen a productos, a sub humanos. No podemos seguir viviendo así, no es sostenible, no vamos a sobrevivir. Y podemos, tenemos las herramientas, solo tenemos que ser coherentes y eso implica, mirarse y también quebrarse, dejar atrás y entender que lo que está en juego es la existencia, quizás no la nuestra, pero si el futuro. Tan dispuestos estamos a las distopias que pensar en el sacrificio requerido para salvarnos es mucho? Es tanta la comodidad del presente que la incertidumbre y el futuro nefasto que nos depara no son suficiente motivo para cambiar nuestras formas con el fin de sobrevivir? Tanto miedo tenemos a los otros que es mejor nadie que todos? En qué momento nos perdimos tanto y entregamos a quienes nos oprimen y se adueñan de nuestros futuros la libertad, el derecho y la verdad respecto a la realidad? Cuándo cedimos la narrativa a los oligarcas y nos dejamos solo guiar por sus historias? Eso es también nacer en las sombras del imperio, no hicimos nada de eso y es momento de recuperar lo que nos pertenece. La historia es nuestra y la hacen los pueblos, es momento de recuperar los relatos, es momento de recomenzar recuperando lo que nos pertenece, ese sentido social, esa comunidad, la empatía por los otros, la curiosidad. Recomenzar es volver a empezar, recuperando el control de lo que podemos controlar, las historias, la narrativa, que los relatos vuelvan a ser nuestros, que la realidad deje de ocultarse en palabras bonitas y datos vacíos. Que lo cotidiano nos arrastre y en esas pequeñas acciones sembremos futuro, porque no sabemos del campo fértil del otro hasta que compartimos y nos construimos en conjunto.